Hace quince años estaba trabajando, era uno de esos afortunados. La constructora donde era cadete administrativo había despedido a todo el mundo tiempo atrás. Solo habían quedado trabajando un puñado de obreros y en la administración el “che pibe”. Alguien tenía que hacer los trámites; ir a los bancos a cubrir las cuentas, cobrar lo que quedaba de anteriores trabajos, el empresariado no estaba tan desesperado como para ocuparse de eso también.
Sentía alivio y culpa. Alivio por tener con que pagar el alquiler del mono ambiente que alquilaba en Once y culpa por ser el último "mohicano" mientras ex compañeros de trabajo a los que estimaba intentaban sobrevivir sin trabajo. En la facultad hacía todo lo que podía para aprobar las correlativas a Psicopatología, materia bisagra en mi carrera. Deseaba cursarla en el 2002 para que de ese modo no haya dudas de que iba a continuar la carrera hasta el final. Me levantaba todo los días pensando que ese día por fin me despedirían, pero siempre había que hacer un trámite más, era como un condenado al que aplazaban todos los días el cumplimiento de la sentencia por burocracia o desidia. El día 19 de diciembre de 2001 me llama el dueño de la empresa que me reúna con él en su oficina. Era el que había quedado, el otro socio también había sido “despedido” o algo así, simplemente se había ido, creo que a Brasil. -Pasa Federico. -Si…- -Viste como está la cosa…- -Si…- -¿Cuánto ganas?- -500 pesos.- -Bien…todos tenemos que hacer un esfuerzo…450 y seguís teniendo trabajo, te necesitamos para los trámites. -…- (No sabía que decirle, pensé que me iba a despedir pero me estaba regateando 50 pesos miserables para su patrimonio, no para el mío. Me quedé pensando que 50 pesos prestados era con los que me había venido a Buenos Aires desde Entre Ríos dos años atrás, siempre aprecié la ironía de las cosas) -Bueno... listo, anda a la Nación a cobrar (una de las obras que restaban era en el famoso diario) y luego si o si, antes de las 15 deposita los sueldos de los obreros sino me linchan a mí y a vos por que no van a tener guita para navidad…anda, luego te vas a tu casa porque la calle esta DIFÍCIL.- Salí rápidamente motivado por la solidaridad que me habían adjudicado en el potencial linchamiento. Traté de apartar de mi mente que el alquiler del departamento era de 300 pesos y que me iban a quedar 150 para sobrevivir en el mes, eso podía esperar. En ese entonces se habían empezado a depositar los sueldos con un disquete que uno llevaba a la casa central del banco donde se tenía cuenta bancaria y ellos la distribuían en las distintas cuentas de los empleados. Primero tenía que ir a La Nación, calle Bouchard a cinco cuadras al norte de Plaza de Mayo aproximadamente, luego a la calle Venezuela al 300, cuatro cuadras de la Plaza de Mayo, pero al sur. Mientras esperaba el pago rodeado de otros cobradores y motoqueros miraba de reojo el reloj mientras sentía los ruidos que llegaban de la plaza. Me preocupaba más el paso del tiempo, quedaban 15 minutos para que cerraran el banco donde debía depositar los sueldos. Cuando por fin me dan el cheque salgo disparado a la vereda para encaminarme a Plaza de Mayo, cruzar y llegar corriendo al banco a tiempo. Me preocupaba no poder cumplir con los obreros, quería impedir que “lincharan” al empresario y a mí, no lograba distinguir en ese momento mucho de nada, sentía profundamente esa responsabilidad no limitada. Cuando llego a la vereda veo las columnas de humo, siento el estruendo de lo que parecía pirotecnia, dudo un momento, el griterío era ensordecedor. Un motoquero con el que estaba conversando en el pasillo de pagos me dice:
-Son tiros. -¿Qué? -Si pibe, la yuta…se pudrió todo, hay muertos… -Ten-go que cru-zar la plaza…llegar al banco…- tartamudeo. -Te van a pegar un corchazo…y no de sidra. -…- -Vamos te llevo por el bajo, yo me las pico para Avellaneda.
El solidario motoquero me llevo por detrás de la Casa Rosada mientras escuchábamos los tiros y los gritos, todavía no entraba en mi cabeza que estaba a cien metros de una rebelión popular y que la policía estaba reprimiendo…que había personas muriendo tiradas en la calle. Mi compañero ocasional me lanza como despedida un “suerte viejo” y me deja en Alem y Venezuela. Corro calle arriba jadeando en mi mente “tengo que llegar”. Llego a las 15 en punto mientras el guardia está cerrando la puerta, interpongo un pie y lo miro suplicante…otro golpe de suerte solidaria, el guardia abre en vez de pegarme un bastonazo y decirme que me largue de ahí. Llevo el disquete hasta el cajero. El disquete no se leía.
-No lo lee…- me dice el cajero. -Proba de nuevo…- le digo con los ojos inyectados de sangre, tratando de imprimirle a mi voz una firmeza de jedi. -…bueno…ahora sí, agarró viaje…-
De repente me sentí muy cansado, quería salir de ahí agarrar un subte y llegar a casa, ducharme, tal vez tomar una cerveza fría. Cuando llego a la esquina siento más gritos, muy cerca, una nube de gas que abarcaba toda la calle venía hacia mí. Por un momento sonreí de una forma boba, la escena me recordó a un dibujo animado de la niñez en que los animales salen huyendo de un bosque rodeados de una nube de polvo. Personas gritando y corriendo salía de esa nube, todos iban llorando… Lloré las veinte cuadras que caminé hasta mi casa, lloré sin parar con un ardor espantoso en los ojos, sentía que las mejillas me quemaban y que la garganta se había hinchado como en una terrible y repentina anginas. A una cuadra de llegar a casa el celular Nokia azulado, que solo recibía llamados porque era del trabajo, suena…era el empresario:
-Federico… ¿cobraste? -Si…y deposité la quincena… -Muy bien…estoy viendo por televisión el quilombo…terrible…terrible… -Están tirando gas lacrimógeno…me llegó… -Si estoy viendo por televisión, increíble… (Lanza una carcajada ronca, habitual en él) ¿Viste que eché a todos a tiempo? …(otra carcajada)….terrible todo…¡fui un visionario nene! esto se veía venir. Bueno genial, anda a tu casa, después me traes el cheque.-
No era mal tipo, solo un empresario medio argentino, aliviado de no haber perdido. Llegue a casa, me duche, seguí llorando un rato más, prendí la televisión, volví a llorar. Esos días de diciembre murieron 39 personas por la represión policial, un presidente se fue en helicóptero y Racing salió campeón una semana después, luego de 35 años de sequía.